Mijal Simon.
Tengo pocos recuerdos tan memorables como los Shabbat de mi infancia. Creo que empecé a asistir periódicamente a kabbalat shabbat cuando tenía alrededor de 4 o 5 años, en donde los servicios se realizaban en la sinagoga chica.
Recordando esos momentos, me es difícil tener la capacidad de recordar esta ceremonia como un “todo”, pero si tengo presente pequeños detalles que incluso viéndolos o escuchándolos hoy en día me llevan automáticamente a esa época.
Hace un tiempo, dentro de un sábado de Tikvá estaba haciendo una actividad para el tzevet de madrijim, la cual tuvo lugar casualmente en la sinagoga chica. Era una actividad silenciosa, pero con mucho movimiento, por lo que el rechinar de las maderas del piso era inevitable. Mientras realizaba la actividad, y las maderas sonaban, me fue imposible sacar de mi cabeza la imagen de mi misma corriendo de un lado para otro por ese lugar que en ese entonces se me hacía gigantesco, y pensé en lo bien que lo pasaba ahí dentro.
Analizando hoy el rezo, creo que actualmente el kidush sigue siendo por lejos mi parte favorita del servicio, y no porque me gusten las canciones o tenga clarísimo que a partir de ese momento empieza la cuenta regresiva para ir a comer, sino porque la imagen de los niños caminando hacia el Aaron Hakodesh para decir la brajá y recibir su dulce es exactamente la misma desde que tengo memoria, ya que pese a que pasen los años y nos vayamos moviendo de lugar físico, nuestra historia y tradiciones siguen siendo parte de nuestro ahora, y creo que eso es lo más lindo que tiene nuestra comunidad.
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